Nunca como ahora el gobernador de Veracruz Fidel Herrera Beltrán se había metido en aguas pantanosas.
Como mandatario estatal ha cometido errores propios del poder en manos de pendejos, que lo mantienen enfrentado y a la greña con el presidente Felipe Calderón.
Pero su torpeza, sus ansias de novillero y esa enfermiza obsesión por destacar y aparecer ante los reflectores televisivos, no habían llegada a tanto.
Esta vez sí que se le pasó la mano, y vaya bronca en la que se metió, incluso hasta de intereses diplomáticos.
Motivos por los cuales todos en la residencia oficial de Los Pinos, piden su cabeza.
Lo responsabilizan del desprestigio internacional que sufre México y del trato humillante a los mexicanos en el extranjero, a quienes ven como leprosos por el asunto del virus de la influenza porcina.
-¡¡El culpable es el negro de Veracruz!!
Son los reclamos que al unísono se escuchan en las últimas reuniones privadas que tienen lugar en la ciudad de México en las que se les da seguimiento al mal pandémico que ataca a México.
Pero…
¿Porqué satanizar al joven gobernante veracruzano?
La respuesta es simple, fácil y sencilla…
¡¡Por bocón!!
Según informes de primera mano provenientes del sector salud federal, México no estaría siendo deshonrado por la comunidad internacional, si Fidel Herrera no hubiera cometido la estupidez de salir a decir que el primer caso de influenza porcina se había dado en la comunidad de la Gloria, en el municipio de Perote, en el estado de Veracruz.
Y en efecto, así lo señala la cronología de los hechos, desde el 24 de abril en que fue oficialmente fue anunciada la aparición del brote epidémico de la mortal enfermedad. Pese a las decenas de muertos y cientos de contagios que cada día iban acumulándose, el mundo entero se solidarizaba con el pueblo y gobierno mexicanos. La paternidad del virus H1N1, hasta esos momentos no importaba a nadie.
Sin embargo, la historia de este país cambió cuando el gobierno del estado de Veracruz difundió en televisión y prensa escrita, una foto en la que el gobernador Fidel Herrera Beltrán aparecía con el niño Edgar Enrique Hernández Hernández, habitante de la comunidad La Gloria, y que a decir del ejecutivo estatal, “el infante era un sobreviviente del primer caso de influenza porcina presentado en México, y que los médicos estatales lo habían curado con amoxicilina y paracetamol”.
De acuerdo al propio dicho de Herrera, el pequeño Edgar enfermó de influenza del cerdo en los primeros días de marzo, pero lo extraño es que nunca reportaron ni dieron a conocer la noticia; escondieron la información para proteger a la empresa Carroll, productora de marranos y causante de enfermedades en el todos los habitantes del Valle de Perote.
Perverso y oportunista como suele ser, Fidel, usó la enfermedad de Edgar Enrique en el momento justo a sus intereses, cuando pensó que ganaría la gloria; y la llegada repentina de la influenza porcina a nuestro país, no podía desaprovecharla.
Agarrar como escudo humano al pequeño Edgar, fue para Herrera Beltrán el mejor momento para decirle al mundo científico y a la Organización Mundial de la Salud que en “Veracruz teníamos un gobierno chingón al que las epidemias le hacían los mandados; creyó era la oportunidad de su vida para aumentar su fama en Estados Unidos y Europa, donde lo han agasajado con medallas y premios fantasmas.
Iluso, Fidel soñó que tal vez llamaría la atención de Obama, el presidente estadunidense, en quien el tío Fide tanto se inspira, imita y gusta que lo comparen.
Salir a decir que en la Gloria se había presentado el primer caso de influenza, provocó que periodistas extranjeros visitaran el hogar del niño Edgar; y desde entonces los titulares de los periódicos más influyentes del mundo señalan a México (vía Veracruz) como el país donde se originó la pandemia que ya enfermó a cuatro continentes.
Y desde entonces también, la discriminación y vergüenza de compatriotas en Estados Unidos, España, y China, en donde son tratados peor que animales contagiosos.
Hoy el gobernador de Veracruz, guiado por el falso canto de las sirenas y asesorado por esa rufia de malandros que sólo lo empinan, llora su tragedia.
Desesperado busca por todas las formas y maneras desdecirse de todo lo que afirmó.
Saca a relucir su inseparable demencia y dice que es falso lo que dijo en días pasados, cuando todas las pruebas lo incriminan.
Pobre, mi amigo Fidel, es el inicio del fin.
Pero nunca tuvo tiempo para escuchar a sus verdaderos amigos, los que siempre lo apoyamos, y que él olvidó cuando enfermó de poder.
¿O usted qué opina?
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